miércoles, 25 de diciembre de 2013

Arno Schmidt suena circular

En la despavorida carrera hacia lo incomprensible te topas con cada cosa que es mejor relajarse y tomarse la pílula recreativa que tengas más a mano...

Esta dichosa huida métrica rumbo a las planicies del sinsentido hay días en que lo deja a uno hasta las mismísimas narices… con ganas de cogerse el manual de instrucciones del televisor y leérselo todito de comienzo a fin para así poderse agarrar a alguna evidencia, aunque sea técnica, al criterio de los que nos dicen lo que sí vale y lo que no vale… como si cojo una lista de los diez mejores pararrayos y me hago masa de un chispazo…

El primer día que me dieron a escuchar la música de Cecil Taylor me escandalicé interracialmente… quien me lo propuso lo hizo para escandalizarse conmigo… adónde carajo se cree que va este tipo con su piano, no me toques las morales… al poco tiempo ya me gustaban sus primeros discos, los de mediados los años cincuenta, creo que menos “incomprensibles” que los de los sesenta, pero, desde luego, más audibles que éstos… ahora, con el Norte perdido irremediablemente, hace ya tiempo que me gustan todos los de esa época… pura tortura rítmica es más, los primeros hasta me parecen blandos… ya mismo os advierto que hablar de música en términos de más o menos comprensible, como estamos haciendo, es en sí una cuestión estúpida, una chorrada, vaya… de ahí las comillas.

Meteoro de verano da retortijones, por lo menos los primeros relatos... parece un Cecil Taylor de los años sesenta… cacofonía pura y dura… Arno Schmidt es para tomárselo en serio… de su piano salen como la maleza los brezales de siempre y Lüneburg y todito ese entorno circular y esponjoso… sólo faltan las urgencias que allí tienen de ancho lo que aquí de largo… Herr Schmidt sabemos que vivía en la cabaña chamizo de madera de Bargfeld porque le daba la gana, no porque fuera un convencido de panfleto neorural… y desde allí construía sus túneles de papel para ver como un topo el subsuelo a ras de partitura. Un día casi se le viene encima el techo del pasadizo, que era un pantano.

Los relatos del final del libro, poco menos de la mitad, ya no son ni de Cecil Taylor ni estrepitosos ni parecen de Arno… tampoco salen los meteoros del estío ni estrella fugaz alguna… son como un relleno infame, seguro que artimaña de algún compendiador. Podrían ser de cualquiera menos de Cecil Taylor. No entiendo a qué juegan estos tipos. Si soy Herr Arno me corto la melena y se la hago tragar enterita empezando por los piojos a quien haya tenido la idea de juntar ámbalasdúascousas: los relatos de Cecil Taylor con los que no lo son.

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