domingo, 14 de octubre de 2012

El caso del Juez juzgado...

Los Cuatro Jinetes

Cuando la estaban forzando, una amiga mía se puso a contar y llegó hasta quince mil. Verídico, insufrible. De uno en uno y sin atajos. Haced la prueba, es un rato largo e interminable. Más aún en esa complicada situación. Son horas y horas de arreones de hormigón.

Luego vino un juez que le dijo aquella cosa inaudita: que si en vez de haberse puesto a contar, se hubiera defendido del energúmeno, otro gallo le cantaría. Ella le dijo que su manera de defenderse del energúmeno aquél con los pantalones por las rodillas, del tremendo salvaje con que se topó una amarga noche de verano en que volvía de una fiesta, había sido ponerse a contar. Para olvidar desde antes de sentir, señoría…

Al juez la aclaración le dio igual y absolvió al energúmeno, que aquello había sido consentido, que no estaba nada claro que durante tantas horas de tropelía ella no hubiera podido desasirse del chacal y que, con semejantes dudas sobre la cuestión del consentimiento lúbrico, se veía obligado a declararlo ciudadano ejemplar y que de rositas para su casa que es padre de familia… que lo suyo no es hacer justicia sino aplicar las leyes que otros promulgan, que entiéndame usted también a mí, señorita, y que venga venga que estoy ocupado, le abro la puerta, mucho gusto, aquí me tiene para lo que quiera y chao.

Poco después, cuando el secretario del juzgado le estaba leyendo el fallo, intentándole explicar lo que de sustantivo había en todo aquel esperpento gramatical, mi amiga, nada más empezar el otro con los fundamentos de derecho, de nuevo se puso a contar de uno en uno y sin atajos. Llegó hasta ciento y poco, momento en el cual el funcionario le hizo un gesto para que firmase la notificación de la sentencia. Dio las gracias, echó el garabato que le exigía este otro tipo sin igual y…

Salió del juzgado con una sensación de ventana tapiada, de tubo de escape, de riñonada podrida. Hundida. Sin frenos. Temblando… Y con muchas ganas de explicarle al juez de marras que ella había sido forzada con todas las de la ley, que el desgraciado que la había abordado era un joputa y que lo mismo pensaba de su señoría, con perdón. También del secretario, otro iluminado. En realidad pensaba que todos los hombres eran unos indeseables y que esto no iba a quedar así...

Entró en el piso. Sus padres la miraron y supieron y se avergonzaron y decidieron ya está. Ella, a los pocos minutos, largó parte de lo que no había contado hasta la fecha. Abrasada. En su relato las culpas se repartían a diestro y siniestro. Los hombres y sus mujeres, el sistema, la ley, vosotros, todos… ante lo cual ya no la dejó seguir el papá, que se van a enterar estos tiiipos. Se refería al juez, al secretario y al energúmeno, tú sólo dime cómo se llaman, también pensaba en sus mujeres e hijos... Ella le pidió ensañamiento y desmembramiento o vivisección, como se diga la salvajada esa. E insistió bastante en que, cuando estuvieran a destajo con el chollo, les dejaran bien clarito a esos miserables que su manera de defenderse había sido ponerse a contar. Para no sentir y olvidar desde antes de empezar. Y que si querían, que probasen ellos a ver si la parida matemática les evitaba el atraganto y el calentón

…aunque con papá y mamá lo que sí se calló fue que sangró mucho, y que de principio a fin apenas pudo respirar, y que acabó magullada hasta la correa de la distribución, como si le hubiese pasado por encima un campamento mongol, aunque eso no es nada, que tanto como en el descampado, y luego en la cuneta, la habían humillado en el juzgado, con toga, solemnidad y verborrea decimonónica. En gerundio. Hay que joderse con el discursito gremial de esta tropa… Y que ni siquiera la dejaron explicarse, que aquello más parecía una guasa ceremonial…

Los de la policía secreta, juó qué risa, tipos de uno setenta y cinco que visten de paisano y son todo tics cuando les toca comportarse como gente normal, encontraron un chamizo abandonado. No estaba cerca del lugar en que vivían los padres de la rapaza. Pero sospechaban de ellos por puros cojones, porque les salía de donde les salía, quién, sino ellos, se la tendría jurada a su señoría, que te lo digo yo, hazme caso, que no son trigo limpio… Dentro del caseto había como restos del festín. Apestaba.

…Al juez lo cogieron cuando pretendía subirse al coche. Frente al Juzgado. Iba solo y la cosa no tuvo nada. Pasa para dentro que te dejo tieso aquí mismo, cabrón… que mi hija me ha contado unas cosas que no acabo de creer posibles y me vas a tener que explicar, para empezar, y no te asustes angelito mío, si sabes contar hasta quince mil…

Lo que encontraron los sesudos hombres de uno setenta y cinco en el interior del primer cajón que abrieron una vez dentro del chamizo donde le habían ensañado la tabla de multiplicar a su ilustrísima fueron varios dientes y la oreja derecha de una persona. Hasta ahí, todo claro. Envueltos los restos en papel periódico y dentro de una bolsa…

Días antes del descubrimiento policial, en el mismo galpón y siguiendo las órdenes del papá encolerizado, el hombre de la toga ya había probado a contar de uno en uno cuando le pegaron el primer machetazo en la mano. Así, de sopetón, para desengrasar. Y se le interrumpió el afán numérico de tanto que le dolieron los tres dedos que le cortaron de cuajo y que salieron disparados y que luego cayeron al suelo donde se los tragó el lindo perrito de raza peligrosísima que llevaba quince días sin probar bocado y que a duras penas pudo distinguir su señoría de tanto que le entorpecían la visión las lágrimas y el sofocón que fue como si me estallasen los oídos dentro de las muelas de una batidora por lo que fue incapaz de percatarse de una cuestión importantísima y es que una vez saboreados sus tres primeros dedos el perrazo famélico tan peligroso se lo iba a comer enterito a su señoría en crudo y en canal mientras el papá colérico puesto hasta arriba de farlopa lo cogía por la fecha de nacimiento al juez cabrón y le espetaba eso de que venga ahora a contar de uno en uno... como hizo mi hija. Flosh, flosh…

Y no se trabuque, por dios, excelencia, digo Señoría, que para una persona con estudios como usted esto del acertijo algebraico será pan comido, lo mismo que para  Los Cuatro Jinetes, que ahí los veo llegar, fíjese bien, a lomos de sus bestias de metal y válvulas y vatios y…


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