lunes, 30 de enero de 2012

A los treinta años

Que a lo mejor eran los que tenía Ingeborg Bachmann cuando escribió estos relatos. De optimismo, o trastornada de vanidad, debía estar a tope los carrillos Ingeborg, que la fémina se mete con, diríamos que aborda, los temas más enjundiosos que os podáis imaginar. Y con esto de los temas enjundiosos, sean los que sean, pero enjundiosos os he dicho, la cosa suele ser muy peligrosa… que uno se cree que tiene algo que decir o sentir o alumbrar sobre el asunto y una vez que se pone a la redacción del mensaje único y exclusivo, que porta entre laureles cual ser elegido, se da cuenta el interfecto de lo sobado y masificado que está eso que creíamos sólo nuestro: personal, intransferible y cuasi genial idea, opinión o intuición…

Pero no le pasó eso que decimos a Ingeborg, que en su caso la cosa de verdad suena a personal, intransferible y cuasi genial idea, opinión o intuición… y se puso a escribirla y le salió pero que muy bien. Y así da gusto tener treinta años y ponerse a escribir sobre la vida y el amor y el hombre y la mujer y la muerte, temas estos que al tratarlos sin apenas subterfugios o artilugios literarios, sino que directamente, se suele dar con los huesos en el suelo por pretencioso, poco cauto y engreído el personaje que a ello se atreve. Pero no todos, que hay algunos que llenos de optimismo/vanidad en lo concerniente a su capacidad para tratar los enjundiosos asuntos por escrito y a las bravas, y posiblemente llenos de desespero en sus vidas, van y consiguen dejar huella con su manera de abordar los enjundiosos asuntos…

Ingeborg, dícese que sucumbió al romance atraída por la muerte andante Paul Celan, pobre Bachmann, no se me ocurre peor amante que el genial Bukovino, A los treinta años tenía unas cosas que decir que cuidado con ellas…



















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