lunes, 28 de marzo de 2011

La geometría del amor.




Hace años, curioseando, me topé con semejante título: La geometría del amor. Al momento, con ánimo de aprenderlo todo y con la esperanza de dejar, de una vez por todas, de ser un panoli en tales cuestiones, me hice con él. A los pocos días, desanimado, arrojaba mi gozo en un pozo: cachindiez, este John Cheever me ha metido un gol por toda la escuadra. Porque el caso es que no se puede ir por la vida poniendo esos títulos a los libros, menos aún si luego la cosa no tiene nada que ver con lo anunciado, menos aún si encima es el nombre de uno solo de los muchos cuentos de una recopilación. Aquí hay operación de marketing, aquí hay gancho, aquí hay imposiciones del Trust, aquí hay trampa, aunque tramposas eran también mis intenciones. No buscaba un relato, buscaba un manual de soluciones, un método y una casuística. Quería informarme, documentarme, armarme de argumentos para defenderme con ellos del continuo desastre en que se desarrollaban y se veían inmersos mis asuntos propios. Y con ese plan en mente, a mí, John Cheever me estafó.

Desde luego, los relatos de Cheever están bien, algunos muy bien. Pero no se trata de eso. También están bien muchas canciones del Paul Simon, pero no se puede titular a una: 50 maneras de dejar a tu amante, y quedarse tan tranquilo, entre coros y armonías, párate un momento Paul y piensa, reflexiona, sin dar respuesta a semejante propuesta, maná salvador para más de un crápula con necesidades de abandonar, o para más de un asustado personaje con necesidad de no ser abandonado. Venga más compañeros de andanzas, con hambre de método y casuística, algunos traidores y taimados, otros temerosos e imberbes, pero todos finalmente estafados.

El protoanuncio luego edulcorado, el tirar la piedra para luego esconderse detrás del parapeto chapucero, el título resbaladizo en cuestiones de corazón, es más habitual de lo que, a tramposos como vuestro Venturín, gustaría. Tramposos que ante el título esperanzador nos olvidamos de lindezas artísticas y queremos empaparnos con la clarividencia, la renuncia, la victoria, el desastre de otros, con la experiencia más burda, traidora, infame y truculenta a la que se pueda tener acceso mediante el papel escrito. Por supuesto que, de ser el caso, nada de compartir el filón de conocimiento descubierto, el cúmulo de tretas y despechos innombrables que memorizaremos con total naturalidad, y que con la misma naturalidad pondremos en práctica.

Volvamos al escaparate. Qué pasa con el idolatrado Raymond Carver y su De qué hablamos cuando hablamos de amor. Raymond, me parece que no me has entendido, es que no se puede andar así por la vida, títulos de toneladas de peso, encofrados en el mejor hormigón, y luego relatitos de medias páginas, muy artísticos, sin duda, hasta espectaculares, pero Raymond, la gente, ilusionada, esperaba por fin la clase magistral, todos expectantes, avaros ante la respuesta que se intuía en tu titulito resbaladizo, desgraciado. Porque es natural que muchos queramos saber, de una vez por todas, de qué carajo hablamos cuando hablamos de amor. Ante el nuevo fiasco, somos legión otra vez los estafados.

Asumamos que en el escaparate no encontraremos la respuesta. Paciencia, pasemos hasta las estanterías del fondo y documentémonos sin ser vistos, fotocopiemos sin que se enteren los gestores de derechos de autor, estudiemos sin que se percaten nuestras parejas, preparemos de manera desleal la emboscada asesina con la que camparemos victoriosos en la vasta geometría esta. De todas ellas, las geometrías, la peor, con diferencia, es el triángulo, insoportable aunque sea macerado en alcohol de exorbitada graduación... Qué miedo, qué inseguridad, ay si nos coge un triangulito de estos, qué geometrías más traicioneras, absortas en desgracias, sinsabores. Desvelos y empujones al comienzo, luego tortazos y patadas, qué te has creído, que no me toques energúmeno, tú calla que ayer te vi, serás enfermo, y demás teatralidades indispensables. Hay quien puede con todo, yo puedo con todo dice mecánicamente el apóstol del amor, tieso, abofé que sí, no sabe lo que se dice el incauto, geometría fatal; Mucha fanfarronería inicial, pero luego la cosa se pone chunga, se puede con todo, ya, pero mejor de vez en cuando un traguito, para relajarse, o una bofetada, para desentumecer, o una histeria, que exorciza, que la geometría es un infierno. Bajo el volcán, El cielo protector, Parte de una historia, demasiado alcohol, qué acojonados, no aguantan el tirón. Ni plantearse entonces Fuego o Incesto. Mejor algo más abnegado, más enfermizo, no sé, El peso falso, La mujer nueva, Pubis angelical, o inmaduro, no sé, Niebla. Mejor el chantaje por antonomasia, mira que me mato, no sé, El oficio de vivir… o con la botella en la mano, qué alivio, o el guante de boxeo, cómete ésa, fresca, o la biblia, perdónala, no sabe lo que hace, lo del triángulo de tres es mucha geometría junta.






















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