domingo, 13 de febrero de 2011

Céline desorbitado/ Sigmaringen



Encontrarse a Louis Ferdinand, semejante personaje, acorralado, infectado de bilis y vomitando a espuertas, repartiendo plomo a siniestra y diestra, todo por escrito, claro está, podría parecer el colmo de lo delicioso, regalo fantaseado e idealizado por no existente o inalcanzable. Hoy es mi santo, barra libre. Entre los muchos “el no va más”, este es uno indiscutible, de los mejores. Como un tremendo amplificador a válvulas, volumen y ganancia al diez, y el pedal de distorsión a calambrazo limpio. Insuperable, después de lo cual, el corazón a mil, los pelos de punta, y a otra cosa mariposa, que las comparaciones son odiosas. Louis Ferdinand Céline es igual. Insuperable, válvulas en paralelo y todos los botoncitos al diez, el treble, el bass, la gain y el drive… calambrazos, sacudidas, cárcel y condena a muerte. Amén. Después de lo cual, de leer a Céline, lo dicho, a otra cosa piriposa, que la odiosa comparación deja en esperpento adocenado al que siga, sea quien sea, pobre escritorzuelo de la gran mierda en comparación con el gabacho atroz. Apabulla al más pintado. El cabrón de Luisito, hace ochenta años, las hizo más gordas, más blasfemas e infames, más esto y lo otro, y, sobre todo, mejor escritas, que cualquier “escritor maldito”, me da la risa, cuánto pijerío, posterior a él.

Fantaseemos con el milagro. Céline en plena vomitona, le viene la nausea, ARCADA TOTAL, partiéndose el trasero ante la inmundicia circundante, empezando por la suya, es el regalo máximo para más de uno. A mí me pasa. Estamos de fiesta, invito yo. Vale su viaje al fin de la noche, por momentos insuperable; vale su muerte a crédito, por momentos insuperable… pero en ambos libros Luisito tenía a mano la servilleta para limpiarse algo del vómito que le salía cada vez que cogía la pluma. Se ve que también había bicarbonato en el escritorio, o Alka Seltzer en la mesilla de noche, y Ferdinand se los tomaba de vez en cuando. Se controlaba un poquitín, un poco de civismo y convención. Pero después acabó la guerra, se acabó Sigmaringen, lo metieron en chirona, lo anatemizaron, lo torturaron, lo condenaron a muerte, lo imitaron todos los escritores, malditos o populosos, daba igual, sus amigos editores y escritores asaltaron su casa, rapiñaron las que iban a ser sus novelas póstumas, eran varias, sabían que Céline iba a ser ejecutado, vaya chollo esas novelitas. Arramplaron con ellas. Sus amigos editores para publicarlas y hacer caja. Sus amigos escritores para, cambiando el nombre del autor por el suyo propio, besar el cielo de los elegidos… y va el cabronazo más grande de toda La France y se escapa por los tejados daneses, en Copenhagen, auf wiedersehen chirona, y se escabulle de la horca, milagro, y se entera de todo, ¿pardon mon amie? de cómo se las gastaron sus amigos editores y escritores, del saqueo de su casa y demás florituras… y se pone a escribir, se van a enterar estoshijosdelagranchingada laconchasumadre: Malroux, Louis Aragon, Sartre, Mauriac, Maurois, Gallimard, y las vedettes fashion, y Picasso, Cocteau, y los Nobel, y todos los artistas "malditos" forrados de pasta y con millones en La Suisse… Lo que le sale ya no es sólo vómito, es mierda/caca de primera, y sangre, y hace pupa, y no puede parar, ya no hay ni bicarbonato ni tiritas en casa. Qué desfeita, cómo apesta. La primera entrega de “el no va más” es De un castillo a otro. Pasen y vean, espectacular, LFCéline en estado puro, desatado, descomunal, DESORBITADO. De Sigmaringen, la Selva Negra, el Danubio, junto a las waffen SS, ¡Heil¡ les decía Ferdinand, junto a Petáin y su troupe de Vichy, trabajando de médico para presidentes de La Grandeur, generales ostentosos y soldados y vecinos muertos de hambre, hasta la cárcel de Vestre Faengsel, Copenhagen, también castillo y con celdas de aislamiento a 25 bajo cero.

Por Sigmaringen anduvimos un verano, paisajes y truculencia centroeuropeas, idílico y desasosegante. Hospedados bien cerca de donde lo hizo el gabacho atroz en aquellos días finales de la 2ªGM. Él en el Hotel Löwen, nosotros en el Gasthof Traube. Enfrente, el castillo te deja seco, encaramado en lo alto de un vértice, los Hohenzollern arriba abajo y el Danubio recién nacido haciendo de explanada, ya inmenso. A los últimos de Vichy los dejaron subsistir en Sigmaringen los aliados hasta poder representar una derrota justiciante en manos de Lecrec y sus senegaleses famélicos que bajaban de liberar Alsacia y Lorena. Esperando por el franchute bueno, la RAF mantuvo a los franchutes malos en Sigmaringen bien juntitos y a fuego lento. Antes de su llegada, Ferdinand corría con mujer y gatos, conociendo nuevos lugares, enfermo, perseguido y odiado. Poco le quedaba de libertad. Antes de escapar, Laval lo nombró gobernador de St. Pierre et Miquelon. Vaya sitio, cuánto océano. Le quedan bien a Céline esa isla y esos mares.

Los primeros en dar la nota y publicar en España el exabrupto Louisiano fueron los de Lumen. La edición me la pude agenciar hace poco, tras esperar pacientemente a que apareciese la pieza. Espectacular, con una portada de un primerizo Ángel Jové de esas que me dejan k.o. Una joya.

Al Schloss Sigmaringen los franceses lo llaman el castillo de la traición. Podéis verlo en el Nodo gabacho al final de la guerra:

http://www.ina.fr/histoire-et-conflits/seconde-guerre-mondiale/video/AFE86003078/le-chateau-de-la-trahison.fr.html






















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