viernes, 25 de abril de 2008

Olalá

Ay, ay, ay, cómo son los prejuicios. Entre los muchos que me invaden, como a cualquier hijo de vecino, uno de entre el infinito recaía sobre Simone de Beauvoir. Qué granuja, la tipa ésta. Origen de su crucifixión, haciendo yo de Poncio Pilatos, fue un documental que me papé enterito y en el que Nelson Algren, autor de such a touchstone como “El hombre del brazo de oro” o “Walk on the wild side”, se quejaba amargamente de la actitud que para con él se había marcado la gurú del feminismo. Os voy a poner en antecedentes. Mi amigo Nelson “felt in love” de sopetón. Cayó rendido ante la pensante damisela y sus encantos indescifrables. La pensante damisela también cayó rendida, pero ante los encantos indescifrables del mancebo pensante, Jaen Paul Sartre. Ante tal situación, dejándose querer, Simone estiró y maleó, cual melaza enjabonada, las taquicárdicas emociones de nuestro amigo. Él, en esa lucha por el fruto prohibido, camino tortuoso y libremente elegido de fracasos y sumisiones, tuvo que soportar, por activa y por pasiva, la pedantería emocional compartida y repartida por los dos gabachos, y que los unía de manera repelente y excluyente. Se creían unos elegidos, hechos el uno para el otro, y a siete cielos de distancia del resto de mortales, entre los que se encontraba, pobre hombre, Nelsiño. En su lucha, alimentada por el juego escabroso de ella, cientos de cartas cruzaron el “Atlantique” hasta el buzón de la Simone. Cantos íntimos de entrega y porfía. Digna lucha, sí señor, aunque inútil. Para desgracia de nuestro héroe, el desengaño total llegó también cruzando el “Atlantic”. Simone le informaba, puntal y asépticamente, de su nueva iniciativa editorial: publicar sus cartas. ¿Cuáles, mon cheri?, debió pensar Nelson, invadido momentáneamente por pasiones pretéritas. Las que tu me enviaste, panoli yankee, le explicaba una plúmbea Simone. Un “…serás hija de put… pensante damisela” debió despertar de su pequeña licencia al inocente enamorado. Nelson primero exigió, luego pidió y al final imploró un cambio en el infame proyecto de la pájara ésta. Ne ´pa posible… Así las cosas, con el libro publicado, con sus entrañas, valientes pero implorantes, a la vista de curiosos y ajenos, expuestas como un trofeo más por el cardo ése, Nelson se tuvo que tragar un sapo del tamaño del ego de los dos francesitos, egos sobredimensionados de una manera repugnante. Dicho libro está al alcance de cualquiera. Yo me abstengo. Debe ser solidaridad “de género”

Ante tal estropicio, no dudé un instante a la hora de agenciarme dos preciosas ediciones de Simone de Beauvoir que encontré en Coruña. “Cuando predomina lo espiritual”, (hay que joderse con el título, pensé al verlo) y “Las bellas imágenes” A ver qué tenía que decir esta señorita. Ambos libros son de los primeros que escribió. Impresionantes, no hay más. “Cuando predomina lo espiritual” está muy bien, pero las “Bellas imágenes” está muy, muy bien. Flipé. Se los recomiendo a cualquiera. Me muero de curiosidad por leer sus hitos “generocionales”: “El segundo sexo” y “La mujer rota”. A Simone, en los dos libros que os digo, da gusto leerla, una pasada. Veremos en los otros dos, tan famosos por cuestiones extraliterarias. Les tengo fe. Ahora soy pasto de otro prejuicio, de igual intensidad, pero de sentido opuesto al anterior. Veremos como acaba el asunto.

Por cierto, me resulta inevitable poneros una pequeña andanada soltada por uno de los personajes de Las bellas imágenes:

“Mientras se continúen creando nuevas necesidades, se multiplicarán las frustraciones. ¿Cuándo empezó la decadencia? El día que se prefirió la ciencia a la sabiduría, la utilidad a la belleza: con el Renacimiento, el racionalismo, el capitalismo, el cientificismo.”

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