miércoles, 23 de mayo de 2007

23 de Mayo



El otro día entré en una de las librerías (de viejo, segunda mano, anticuarias, o como más repelentemente se quiera) que con puntual parsimonia repaso cada dos o tres semanas: “O Moucho”, en la Calle de la Amargura, en Coruña. A un paso de la Plaza de Azcárraga. Algún alma caritativa acababa de dejar ahí unos magníficos libros que me llevé con alevosía. Que debían ser de la misma persona lo deduje por lo siguiente: A) eran del mismo autor (Heinrich Böll) B) todas eras primeras ediciones, cosa que a mí me da bastante igual, pero que sin embargo hay muchos a quien no (aunque he de reconocer que a nadie amarga un dulce), C) estaban en perfecto estado y D) el último día que pasé por el Moucho no tenían ninguno de esos libros a la venta. Así las cosas, haría poco que algún heredero del dueño de los libros, o él mismo, asqueado del autor, o de la lectura, o sin espacio en casa, o sin un puto duro, etc, etc pasaron por el Moucho y le vendieron, en el peor de los casos a peso, estos libros que ahora estoy escaneando.


De Böll yo había leído “opiniones de un payaso” y “el tren llegó puntual”. Desde el primer momento me cayó bien él y me gustaron sus libros. Así las cosas, cuando entré en el Moucho y vi estos otros, no dudé en cogerlos. Tres eran nuevos para mí (no de oídas, pero sí de leídas). Otra, “el tren llegó puntual”, como acabo de decir, ya la había leído, pero me fue imposible no comprar la edición de Ancora y Delfín que, tan bonita y cuidada, tenía delante de mis narices. Consumismo y fetichismo puro y duro. En mi descargo alegar que la que yo leí era una edición de bolsillo, que a medida de iba leyendo iba perdiendo despegadas la mitad de sus paginas.





Hoy, en vez de soltar rollo sobre el amigo Böll, se me ha dado por estampar en el diarioprueba las portadas de sus libros. Ahí van.

Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que Heinrich estaba obsesionado con un tema. La guerra. La segunda guerra mundial en concreto. Una obsesión que en vez de llevarlo al psiquiátrico lo llevó a desahogarse en la escritura. Se entiende, la obsesión, en quien en la juventud se ve metido en el desmadre bélico que asoló Europa, y en especial el país derrotado, entre el 39 y el 45. Nuestro amigo debió darle vueltas y más vueltas al belicismo y a la condición humana sometida a experiencias tan extremas. A lo largo de estas novelas (no puedo hablar de las que no he leído) ambientadas en momentos y lugares distintos, la guerra y sus consecuencias, tanto personales como colectivas, están omnipresentes. A diferencia de otros muchos, el amigo Heinrich tiene un espíritu crítico y nada autocomplaciente que hace que en sus libros te encuentres con un hilo de tensión que a mí, por lo menos, me engancha y del que disfruto muchísimo. Todo lo que he leído de él me ha gustado. Uno, sólo un poco: “¿Dónde estabas, Adán?”, y otros muchísimo: “Billar a las nueve y media” y “Opiniones de un payaso”. Esta última, que fue la primera novela que leí de Böll, la estoy releyendo estos días. Aunque como novelas no están a la altura de otras, más logradas y maduras, tanto “El tren llego puntual” (1949) como “¿Dónde estabas, Adán?” (1951) destilan caos por los cuatro costados. Ambas están ambientadas en la guerra y justo tras la derrota y la confusión, el desconcierto y la incoherencia despuntan con una fuerza tremenda en la pluma de un inexperto escritor, aunque con los nervios a flor de piel. Realmente por momentos uno se queda acojonado. Lo que debió ser aquello.

En esta última, "El honor perdido de Katharina Blum" nuestro amigo Heinrich se olvida de la guerra y se despacha con la prensa sensacionalista. En concreto con el inefable periodico "Bild" autentico recordman de ventas Europeo. La pobre Katharina se verá envuelta en un desgraciado asunto que la superará por lo injusto y desproprocianado de sus consecuencias, al ser víctima de un periodista que, sin escrupulos ni miramientos de ningún tipo, arroja sobre ella vituperios y falacias mediáticas. Por ello, sin perder jamás las buenas formas que la caracterizan, decidirá angelicalmente tomarse puntual venganza en la persona del conocido perdiodista. Este, pobre iluso que se creía muy veraz y que espasmódicamente formulaba alegatos en defensa de la libertad de prensa e información, dirá adios a esta vida en manos de la formal, comedida y sutil Katharina.

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